Una
respuesta plausible al origen del conflicto ruso – ucraniano del último año y medio,
son los cambios políticos en Ucrania, tomando más fuerza después del golpe de
estado que afectó a Yanukovich, presidente con una clara política exterior
prorrusa. En este ambiente convulsionado producto del derrocamiento del
gobierno obsecuente a la voluntad de Putin, el mandatario ruso realiza una
jugada inesperada y osada pero, al mismo tiempo, muy bien calculada.
La
invasión a Crimea desde un punto de vista político fue todo un éxito para Putin,
ya que no sólo aseguró el predominio ruso en la zona, sino que su actuación ha
aumentado su popularidad de manera consistente[1].
Aunque con un costo en la imagen internacional difícil de dimensionar.
Por su
parte Ucrania perdió Crimea (al parecer de manera definitiva), y está ad portas de ser privada de dos
provincias más (y de hecho ahora son independientes).
Esta
primera aproximación es sólo parcialmente correcta, ya que no da cuenta que
este conflicto es manifestación de condiciones latentes de larga data, por lo
que constituye un capítulo más de un libro que está lejos de concluir y, la
única forma de lograr la paz, es a través de la búsqueda de elementos comunes
de entendimiento que parecen aún lejanos.
Tal como
afirma Henry Kissinger estamos asistiendo a un mundo Multipolar que, para alcanzar
el anhelado orden mundial, requiere un esfuerzo de las naciones por arribar a
ciertos valores comunes que permitan una convivencia pacífica, “una segunda
cultura”.
Este autor
afirma: “To achive a genuine world order,
its components, while maintaining their own values, need to acquire a second culture
that is global, structural, and juridical-a concept of order that transcends
the perpectives and ideals of any one region or nation. At this moment in
history, this would be a modernization of the Westphalian system infomed by
contemporary realities”[2].
Al parecer
el mundo está por el momento lejos de adquirir esta “segunda cultura”, no sólo
por el conflicto ucraniano que involucra de un modo u otro a los más
importantes actores del sistema internacional, sino que también por el
conflicto en Siria, enfrentamiento bélico en que participan fuerzas
multinacionales que intentan detener a un ejército irregular musulmán
manifestación de un peligroso panislamismo ¿Será este enfrentamiento el que
sirva como una respuesta coyuntural al conflicto ucraniano? En otras palabras:
¿La necesidad de que Rusia se involucre en la lucha contra el Estado Islámico
permitirá que Estados Unidos y sus aliados europeos bajen la presión que han
puesto sobre Rusia?
De momento es difícil adelantar el escenario
definitivo de la crisis, la que se puede desarrollar de formas muy diversas y
dramáticas, mucho más allá de las más de 4000 víctimas de este último año de
“guerra civil”, pero sí está claro que muy difícilmente Estados Unidos y Europa
se embarcarían en dos conflictos de gran escala a un mismo tiempo, y la
colaboración rusa en el Medio Oriente les puede ser muy útil y, de paso,
favorecería el término del bloqueo económico impuesto a Rusia, lo que dejaría
muy satisfechos a sectores empresariales europeos, especialmente italianos, que
prefieren un acceso sin restricciones a dicho mercado.
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